17 de mayo de 2008

Carretera de Mooraduc (Melbourne, Australia)

Para la testigo Maureen Puddy el encuentro comenzó el 5 de julio de 1972, cuando viajaba entre Frankston y Dromana a lo largo de la carretera de Mooraduc, al sudeste de Melbourne. Por encima y detrás de su coche vio una luz azul que se aproximaba. Pensó en un principio que se trataba de un helicóptero ambulancia, usados comúnmente en estas regiones de grandes extensiones. Detuvo su coche y bajó a mirar, pero no notó que de la luz partiera ningún sonido. Lo que vio fue increíble. Un enorme objeto, de aproximadamente 30 m de ancho, sobrevolaba el camino a una altura del doble de los postes telegráficos. Su forma era semejante a la de los platillos; no había señales de soldaduras o tornillos, ventanillas, ni otros detalles, y tenía un intenso brillo azul. En ese momento la señora Puddy percibió un débil zumbido, aunque no vio que el objeto se moviera en absoluto.

Aterrorizada subió al coche y partió rápidamente pero notó que, a pesar de la velocidad con que conducía, el objeto se mantenía siempre a la misma distancia detrás de ella. Después de recorrer 13 km pareció que la caza terminaba y la señora Puddy vio desaparecer el objeto en dirección opuesta.

Informó del hecho a la policía, a sus amigos y familiares, aunque en general su relato fue acogido con burlas y chistes. Por esa razón, decidió no contar nada más. Pero el 25 de julio de 1972 habría de cambiar de opinión.

Ese día, más o menos a la misma hora y en el mismo lugar, conducía hacia Rye después de haber visitado a su hijo que estaba hospitalizado en Heidelberg. De pronto notó que una luz azul rodeaba su coche y su primer pensamiento fue que se trataba otra vez del mismo objeto.

De inmediato, recordando el encuentro de veinte días antes, aceleró para alejarse y con horror descubrió que el motor del coche no funcionaba: perdió el control de la dirección y el coche rodó al borde del camino.

Todo a su alrededor, árboles y arbustos, estaban bañados por la luz azul y la señora Puddy se aferró al volante presa del terror. Mirando hacia arriba, a través del parabrisas, podía ver parte del objeto que se encontraba justo sobre ella. Entonces comenzó a recibir mensajes.

Una voz -en su mente, más que en sus oídos- dijo: «Diga a los medios de comunicación que no creen el pánico... no representamos ningún peligro». Siguió diciendo: «Todos sus tests serán negativos». Y agregó: «No tema, querida amiga, no le haremos ningún daño». Y hubo un mensaje final: «Usted tiene ahora el control». En ese momento el motor del coche empezó a funcionar. Presa del pánico la señora Puddy fue rápidamente a la comisaría y en un estado de ánimo agitado e inquieto dio parte de su encuentro. La policía informó del hecho a las Fuerzas Aéreas Australianas.

La señora Puddy hizo varias observaciones, muy esclarecedoras para los investigadores, sobre ciertos detalles de su avistamiento. Por ejemplo, señaló que ella no solía usar la expresión «medios de comunicación». También comentó no saber a qué «tests» se referían, pues no se la sometió a ninguno.

Las Fuerzas Aéreas Australianas declararon que no podían explicar el avistamiento, en cambio confirmaron que no había aviones en la zona a esa hora. Es interesante destacar que un artículo de la Flying Saucer Review (FSR) dice textualmente: «Se advirtió a la testigo de que no hablara del incidente para no correr el riesgo de causar pánico».

Hubo otros avistamientos que corroborarían el relato de la señora Puddy. Un tal Maris Ezergailis se encontraba en Mount Waverley, un suburbio al sudeste de Melbourne aproximadamente tres cuartos de hora después del encuentro y señaló haber visto un relámpago de luz azul moviéndose horizontalmente. La señora Puddy, al leer el informe del señor Ezergailis, comentó: «Así es como lo vi cuando se alejó la primera vez». Aproximadamente a la misma hora del encuentro de la señora Puddy, el señor y la señora Beel declararon haber visto también una luz extraña. «Algo que no se parecía a nada que hubiéramos visto antes», dijeron.

El 22 de febrero de 1973, después de la publicación de la nota de la FSR, tuvo ocasión de volver a conducir por ese camino, y con la más ilustre de las compañías. Los resultados fueron extraordinarios.

Durante todo el día, la señorá Puddy había oído voces que decían: «Maureen, ven al lugar del encuentro». Se dio cuenta de que se trataba de un mensaje telepático de quienes se habían puesto en contacto con ella meses atrás. La señora Puddy telefoneó entonces a Judith Magee que, junto con Paul Norman, acordaron encontrarse con ella a las 8:30 de la noche en la carretera de Mooraduc. Fueron al mismo lugar donde se produjeron los sucesos anteriores y la señora Magee comentó posteriormente que, al entrar en el coche de la señora Puddy, había experimentado una sensación de hormigueo, como si hubiera recibido una descarga eléctrica suave. Pero pasó enseguida.

Una parte extraordinaria del encuentro ya se había producido. La señora Puddy comentó que casi se salió del camino, pues mientras conducía hacia el lugar del encuentro un ser vestido de dorado apareció dentro del coche, entre los dos asientos delanteros, desapareciendo de inmediato.

El coche en el que viajaban la señora Puddy y la señora Magee, seguido por Paul Norman en su propio automóvil, llegó al lugar fijado. Paul Norman bajó de su coche y subió al asiento trasero del de la señora Puddy. Allí conversaron sobre la materialización del ente. De pronto, éste reapareció y la señora Puddy, frenética, aferrándose a la señora Magee, gritó: «¡Ahí está! ¿No lo ve? ¡Tiene la misma ropa!» Según parece, la figura caminaba hacia el coche y se detuvo al lado del faro izquierdo.

Pero ni Judith Magee ni Paul Norman podían ver al ente, aunque es preciso señalar que la señora Magee estaba segura de que la agitación que invadía a Maureen Puddy era real y que «no estaba inventando conscientemente... ¡estaba realmente trastornada! ».

Aparentemente la criatura hacía señas a la señora Puddy para que lo siguiera y, aunque Judith Magee se ofreció a acompañarla, la testigo permanecía firme en su decisión de no moverse y seguía aferrada fuertemente al volante. Pero habrían de verse cosas aún más extraordinarias.

De pronto Maureen Puddy comenzó a chillar diciendo que había sido secuestrada, describiendo el interior del ovni y gritando que no podía salir porque no había puertas ni ventanas. Durante todo ese tiempo, no se movió del asiento del conductor ni se apartó de la vista de los dos investigadores, pero su agitación era muy real. Una vez dentro del ovni, describió un objeto en forma de seta que se movía como si fuera de gelatina; de pronto se relajó, quedó en un estado de trance y aparentemente la experiencia terminó.

Este caso, probablemente más que ningún otro, despierta interrogantes sobre la verdadera naturaleza de las experiencias de secuestros. Si la señora Puddy hubiera estado sola, seguramente hubiera informado sobre el hecho con toda la claridad que corresponde a una experiencia física, mientras que la presencia de los investigadores permite confirmar que no fue ese el caso. Por otra parte, sería muy simplista descartar el secuestro como un hecho puramente psicológico: por un lado, se produce después de avistamientos debidamente confirmados; por otro, la testigo no estuvo en trance durante la mayor parte de la experiencia. Es muy importante el hecho de que este secuestro sea similar a muchos otros, y debemos considerar cuántas denuncias de presencias físicas habrían sido ignoradas si hubiera habido testigos que presentaran pruebas en contra.

Si pensamos que este caso de secuestro, como tantos otros, no fue un hecho de origen psicológico sino algo externo que se impuso a la testigo, una posible conclusión sería que las experiencias de abducción tendrían una naturaleza más parecida a la recepción de un mensaje que a una visita.

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