27 de abril de 2008

Tunguska

Poco después del amanecer del 30 de junio de 1908, algo procedente del espacio cayó sobre la Siberia soviética central. La explosión, detectada por sismógrafos tan lejanos como los de los Estados Unidos y la Europa central, fue una de las más fuertes que jamás haya registrado el mundo. Durante semanas, el polvo y los fragmentos levantados por la gigantesca conflagración colorearon los cielos y los ocasos en todo el globo. Los imanes resultaron afectados en todo el mundo en el momento del impacto, y hubo caballos que se tambalearon y cayeron en ciudades situadas a miles de kilómetros de distancia.

La zona inmediata, la de la pedregosa cuenca del río Tunguska, quedó en gran parte devastada. Hectáreas de subsuelo helado se convirtieron inmediatamente en vapor. Los árboles fueron derribados en un radio de cincuenta kilómetros y, a nivel del suelo, sus troncos fueron despojados de ramas y cortezas. El bosque estalló en llamas. Manadas de animales y unas pocas y dispersas colonias humanas quedaron quemadas. Los de la tribu tungus que volvieron a casa «encontraron solamente cadáveres
carbonizados». Aquel día, no hubo noche en Europa. En Londres podían leerse los periódicos a medianoche; en Holanda, se podían fotografiar los barcos que navegaban por el Zuiderzee.

Debido a la lejanía de Tunguska, los primeros investigadores científicos no llegaron al lugar de la tragedia hasta que el doctor

Leónidas A. Kulik, especialista en meteoritos de Petrogrado, condujo allí una expedición en 1927. Sesenta años más tarde, el origen de la gigantesca explosión de Tunguska sigue siendo objeto de fuertes debates.

¿Fue un cometa caprichoso? ¿O una pequeña masa de antimateria que posiblemente pasó a través de la Tierra? ¿O el generador nuclear de una nave espacial averiada, que se desvió para no alcanzar los centros de población de la Tierra? Cada teoría tiene sus partidarios y sus problemas. Algunos testigos interrogados por Kulik e investigadores posteriores informaron sobre una bola de fuego con una cola, imagen que podía corresponder a un meteorito o un cometa. Pero, si el objeto de Tunguska era un meteorito, ¿qué le ocurrió al cráter y, más importante aún, al propio meteorito? Ninguno de los dos fue encontrado. Y si era un cometa, ¿por qué no se vio antes su acercamiento? Además, ya que los cometas son principalmente gaseosos, «bolas de nieve sucias», ¿de dónde procedía la enorme energía, calculada en treinta megatones?

Los físicos de partículas profetizaron hace tiempo la presencia de lo que llaman antimateria, imágenes de espejo de la materia ordinaria, pero con carga negativa. Sin embargo, la antimateria, tal como la conocemos, es de vida extraordinariamente corta. Un pequeño cuerpo de antimateria que entrase en contacto con materia normal produciría ciertamente una súbita y tremenda emisión de energía. Desgraciadamente para la hipótesis, nadie espera encontrar masas de antimateria flotando en esta parte del universo.

El suceso de Tunguska podría haber sido causado por una nave espacial extraterrestre, pero tampoco hay pruebas concluyentes de ello. Algunos investigadores soviéticos han encontrado radiactividad anómala en el lugar devastado; otros no han encontrado ninguna. La nave hubiese tenido también que vaporizarse completamente con la explosión, porque nunca se encontró ningún fragmento metálico desacostumbrado.

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